Hoy poy hoy, Perú es el peor equipo de Sudamérica por distintas razones que involucran el tema futbolístico y dirigencial como los principales problemas ha erradicar en un futuro que no sea tan lejano.
Nueve partidos de visita, dos goles a favor, veintricuatro en contra. Números poco favorables para una selección que se dejó estar en sus visitas a Ecuador, Uruguay, Brasil, Chile y Venezuela y terminó con la "canasta" llena.
Ante Paraguay se vio un Perú más entregado, más responsable, más solidario. Sin embargo, un descuido paso factura. Lo mismo pasó en Colombia.
El último partido de visita de la bicolor fue contra la albiceleste en el "temido" Monumental. El partido parecía que iba a ser el mejor pretexto para que Argentina se motive, goleé y vaya a Montevideo con los ánimos en los hombros y las piernas "intactas".
Quizás el miedo de su seleccionador (mas no técnico) de enfrentar a Perú fue un factor desequilibrante y quizás el más importante.
Los miedos del pasado invadían a los argentinos combinado con la ansiedad de resolver rápido el partido hizó que la paridad dure hasta los primeros minutos del segundo tiempo cuando Higuaín marcó ante un descuido grosero de la línea defensiva.
Argentina había sido una máquina de ataque todo el primer tiempo y se esperaba un recital de goles luego del primero convertido. No pasó
Argentina traicionó sus principios de ir para adelante, de ser una de las mejores selecciones del continente. Se replegó, de dejó estar. Y entonces uno voltea y mira a Maradona. ¿Miedo, Diego?
El 1-0 parecía que era suficiente para el "10" que se convirtió en "Dios" y que ahora era cuestionado por sus compatriotas. El Diego dejaba en claro que el trabajo estaba hecho.
Perú empezaba a tocar, con los espacios que dejaban los argentinos era mucho más fácil avanzar hasta los tres cuartos.
Maradona se equivoco en su lectura, se olvidó de sus propias palabras ("Perú es peligroso cuando ataca") y firmó el resultado y la reconciliación con su gente. Qué error
Perú estaba dolido, aunque acostumbrado a sufrir, no le intimidaba la gente, no le intimidaban los argentinos y salió la garra, la fuerza, el corazón; lo único que nadie nos puede quitar y que siempre nos va a ser diferentes de cualquier selección. El corazón en la mano y para adelante.
Perú falló tres ataques de sumo peligro. Los desperdició, es una mejor definición. Una intensa lluvia empezaba caer, acompañado de relámpagos y el viento era caprichoso. Toda Argentina quería que acabe el partido.
Unas cuantas líneas para el hombre de negro. Sí, ese que dijo "el árbitro está para hacer cumplir el reglamento y eso es lo que voy a hacer". Ese que en el partido se comió un penal. Que tiró su cabeza, la giró rapidamente, escondió el pito y movió la cabeza desesperado. "Perú no empata" decía su mirada. Gracias Ortubé, gracias por ser tan argentino.
Pero con Ortubé o sin él, Perú empató a falta de dos minutos para los noventa reglamentarios. El monumental comenzó a temblar, no por las ovaciones, no por los cánticos, por el miedo, el miedo que cuarenta años atrás había sido una realidad: Argentina sin mundial.
Perú empató. Contra lluvia, contra viento, contra rayos, contra el árbitro. Contra todo, Perú empató
Y así me hubiera gustado terminar, con "Perú empató", porque, es verdad, no hizó nada más. Todo es por el honor, por el orgullo, por el nombre, por el respeto, por el Perú. Me hubiera gustado terminar así, pero el fútbol es tan injusto algunas veces y la vida en sí te golpea cuando intentas levantarte y termina hundiéndote más.
Noventa y dos minutos, una pelotera en el área peruana crea un desconcierto total que lo aprovecha Palermo para empatar con la "puntita de Dios". Argentina sigue viva. En realidad, siempre estuvo viva, pero si algo demostró Perú en el partido es que Argentina, en colectivo, no juega bajo presión. Ojo Uruguay.
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